Festivalitis

La proliferación de festivales que hubo hasta el año 2007 fue excesiva. Lo fue hasta el punto de que se empezó a hablar, y no precisamente en términos elogiosos, de la «cultura del evento». A partir de la crisis financiera, el número de festivales se ha reducido sustancialmente, pero el virus de la «festivalitis» sigue en algunos casos demasiado vigente.

Festivalitis

La proliferación de festivales que hubo hasta el año 2007 fue excesiva

Las festividades han sido eventos muy presentes a lo largo de la historia en las comunidades humanas. En periodos que precedían a épocas de mucho trabajo se llevaban a cabo celebraciones en las que la música y la danza desempeñaban un papel preponderante. Estos actos ceremoniales también se desarrollaban en los cambios de estación, en ritos religiosos o en ceremonias de entronización política, por lo que podemos convenir entre todos que la cultura del evento no es un hecho reciente en la vida en colectividad. Durante el siglo XX se fueron consolidando, además, festividades agrupadas en ámbitos temáticos, artísticos y creativos concretos que han ido conformando una red de festivales que, con los años, han adquirido una enorme importancia para el sector cultural.

Los festivales como forma de difusión artística son un fenómeno muy consolidado. Muchos de ellos permiten impulsar las temporadas y mostrar al público las nuevas formas o las nuevas propuestas de creación artística. Desde hace algún tiempo, muchos eventos han procurado entrar en el mundo cultural tras una pátina o apariencia de festival, por lo que conviene recordar, en primer lugar, qué es lo que entendemos por festival, para delimitar el campo de juego

La difícil definición de festival

Resulta difícil definir qué es un festival, ya que existen múltiples casuísticas según el sector en el que este se inscriba. Las definiciones varían si hablamos de las artes escénicas, de la música o del cine, por poner solo tres ejemplos, pero es evidente que no podemos considerar, en ningún caso, festivales a actos agrupados bajo una marca llamativa que pretenden destacar de la oferta cultural estable para atraer la atención de los medios. Ha habido demasiados ejemplos de eventos que cumplen estos preceptos y que han usurpado el nombre de festival de forma fraudulenta, disculpen el atrevimiento. Otros casos han sido simplemente campañas de publicidad enmascaradas en beneficio de productoras, canales de televisión, promotores o marcas comerciales.

Tras muchas lecturas y debates definitorios más o menos encendidos, se está llegando a un consenso teórico según el cual se puede definir un festival como un evento regular que se produce de forma cíclica, de una periodicidad concreta y de una duración limitada. Este evento se lleva a cabo como fomento de una o varias artes determinadas, tiene una línea artística propia y difunde propuestas singulares. Todo ello se presenta de un modo festivo y en una atmósfera que invita a la participación.

Como se puede ver, se trata de una definición amplia pero bastante clara para discernir qué propuestas culturales se pueden considerar festival y cuáles no son más que meros artefactos publicitarios o actividades estables en busca de notoriedad.

Contra la “festivalitis”

El sector cultural necesita los festivales; los necesita en tanto que son prescriptores culturales, escaparates de nuevas propuestas y plataformas de lanzamiento para artistas noveles, espacios que crean comunidad, espacios donde la ciudadanía interactúa con los artistas y, también, espacios de ocio y disfrute.

Si los gestores de los festivales tienen en cuenta estas definiciones, establecen claramente los objetivos, perfilan un buen proyecto artístico y crean estrategias de gestión eficientes se generarán interesantes espacios de reflexión. Pero si los festivales se transforman en grandes mecanismos de marketing o en simples eventos destinados a la atracción turística y a la generación de ingresos en el territorio, nos adentraremos de nuevo en el terreno de la «festivalitis» y de la cultura del evento mal entendida, un terreno que nos lleva inexorablemente hacia la banalización, y esto sí que no nos lo podemos permitir.

Jordi Dorca
Programador y responsable de comunicación del Museu del Cinema de Girona.
@jdorcacosta

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