Es evidente que los gobernantes y la ciudadanía ven el trabajo de gestión de la cultura como una tarea sin ninguna relevancia ni importancia.
La gestión cultural es vista como accesoria, un oficio que todo el mundo puede hacer sin tener ninguna formación específica, sin tener ningún recorrido profesional y sin tener un conocimiento trabajado de la materia. Este menosprecio ha abierto las puertas al intrusismo no sólo en la gestión sino también a otros ámbitos de la cultura.
Escribo este artículo arriesgándome a que parezca uno mas en la lista de denuncias de agravios que los trabajadores de la cultura hacemos de vez en cuando. Lo escribo a sabiendas que puedo ser tachado de llorica, un llorica que auto justifica su olvidado y despreciado oficio, pero creo que la situación de la cultura es crítica, i también creo que debemos denunciar el intrusismo que hay en determinados cargos y funciones, este intrusismo es una de los principales culpables de esta situación.
Estamos en un tiempo y una sociedad que ha dado a la inmediatez y la velocidad un valor central. El pensamiento se empequeñece hasta convertirse en titulares simplistas que quieren llegar a la gente de manera directa; cada vez hay más ciudadanas y ciudadanos que se informan a través de los impactos de las redes sociales y que ya no ven la cultura como espacio de reflexión crítica, de análisis de lo que pasa y de perspectivas de lo que puede pasar. Estamos en un contexto donde comunicadores, publicistas y diseñadores han monopolizado los espacios comunicativos. La cultura es ahora vista como un accesorio, como espacios de ocio o como una simple distracción.
El menosprecio del profesional
Los trabajadores de la cultura no se ha salvado de este menosprecio; hoy cargos y funciones que deberían estar reservados a los profesionales han sido ocupados por comunicadores, tertulianos, militantes de partido o asesores políticos que rara vez se habían implicado en el sector cultural. Gerentes, comisionados, comunicadores que sin selección previa, sin formación y sin el conocimiento necesario han entrado a instituciones y han gobernado sin proyecto el sector cultural. Un hecho inimaginable en la sanidad o la seguridad ciudadana; pero en la cultura vale todo, vale que gente sin formación la gestione, vale que comunicadores de los nuevos o los antiguos medios de comunicación ocupen lugares reservados a profesionales que malviven en la precariedad o el paro, vale que haya “influencers” comisariando exposiciones sin haber demostrado ningún interés intelectual por el tema a tratar. Todo vale y esta impunidad puede terminar dejando nuestro sector cultural devastado por la mediocridad y la banalidad.
Viendo esto, ¿qué sentido tiene que la universidad se dedique a ofrecer estudios de museología, de gestión cultural o de difusión cultural si al final el carné del partido o los seguidores en la red pesan más que el conocimiento y la valía profesional?
Reivindiquemos el oficio
Las culpas en este aspecto no son repartidas, la principal responsabilidad está en los representantes públicos que han sido elegidos y que han priorizado el lenguaje directo a la complejidad discursiva, han apostado por la apariencia cómoda en detrimento del matiz molesto y han arrinconado la reflexión crítica en aras de la banalidad con filtros de color. Sin embargo es evidente que los profesionales de la crítica, el periodismo, el comisariado, la docencia y la gestión cultural tenemos que hacer oír nuestra voz y reivindicar el valor de nuestros oficios y conseguir que se vuelva a apostar por un mundo donde la cultura tenía mucho que decir, y era el ariete de la reflexión crítica y del pensamiento matizado.
Hasta que no nos reivindicamos como necesarios, nadie nos verá como tales y dejaremos la cultura en manos de aquellos que la quieren convertir justamente en lo contrario de lo que ha representado siempre.
Jordi Dorca
Programador y responsable de comunicación del Museu del Cinema de Girona.
Membre del consell de redacció de Revista de Girona.
@jdorcacosta