El valor de la cultura en el mundo de hoy.
Rentable, inmediato, útil, tangible… son adjetivos que hoy se repiten de manera compulsiva por parte de los prescriptores de opinión, son como comodines que ponemos sobre la mesa y que asumimos de manera absolutamente acrítica. Todo debe ser rentable, inmediato, útil, y tangible en términos económicos, y a base de repeticiones, desde la cultura hemos asumido de manera sumisa estos preceptos y hemos justificado constantemente el valor del arte y las humanidades con términos como estos. Ahora evaluamos los acontecimientos por impactos en las redes, por pernoctaciones en los hoteles, por menús y por valores añadidos que no sabemos muy bien cómo se calculan. Así nos justificamos y vamos tirando río abajo, con el agua al cuello. Hemos asumido que la cultura se percibe como algo inútil basado en la ociosidad y en lugar de difundir el valor real del arte, de las humanidades o las ciencias, hemos entrado de lleno en el pernicioso juego del utilitarismo desatado que manda y ordena en esta época de la inmediatez y el pensamiento adelgazado.
En esta lógica basada en la rentabilidad del ahora mismo, las humanidades y la cultura han perdido peso en los currículos escolares, en las horas de ocio de la ciudadanía, en los presupuestos públicos y en las propuestas de mecenazgo de las empresas. La cultura encaja mal con los nuevos preceptos totémicos del mundo de hoy, porque la cultura no encaja con la lógica utilitarista del mercado. Hoy nos encontramos en un contexto en el que la apariencia externa es mucho más importante que el contenido: ahora se cultivan las apariencias, es más importante parecer que ser, y más importante aparentar que saber, y en este mundo la cultura se convierte en simples espacios concebidos como entretenimiento de la ciudadanía.
Hay que reivindicar el valor de la cultura como espacio para la reflexión crítica del hoy, un espacio para pensar el mañana, un lugar de fomento de la creatividad, un espacio que nos hace más iguales, que nos educa en la identidad, un lugar de reflexión, de calma y de concentración, un lugar para ver la complejidad del mundo frente al pensamiento adelgazado o que simplemente nos ofrece momentos para admirar la belleza del arte y ser más felices.
El sector de la cultura tiene muy poca fuerza como grupo de presión, esto es cierto, y por tanto ahora nos toca a nosotros levantar la voz y reivindicar su valor, reivindicar la utilidad de un concierto de jazz, de una exposición, de un estreno teatral, de una película, de la literatura, de la filosofía, del pensamiento o de la historia más allá de valores monetarios y del rendimiento rápido y tangible. La cultura nos permite revertir esta dinámica diabólica, y nos permite compartir los conocimientos y experiencias sin empobrecernos. No me digan que no vale la pena.
Jordi Dorca
Programador y responsable de Comunicación del Museo del Cine de Girona
Miembro del consejo de redacción de Revista de Girona