Los circuitos para la creación contemporánea en el ámbito de las artes escénicas en Cataluña son, lamentablemente, escasos o inexistentes. Por ello resulta sorprendente el altísimo nivel de los creadores catalanes, que demuestran constantemente un talento innegable que no tiene salida, por lo que deben buscar su válvula de escape en el extranjero. El artista circense Quim Giron forma parte de esta nómina de creadores.
El barro es uno de los dos protagonistas de la pieza
La afirmación que abre este artículo no es gratuita; se sustenta en todos y cada uno de los espectáculos que Giron ha ido presentando desde la fundación de su compañía, Animal Religion. Nos referimos a maravillas como Indomador, Chicken Legz o Sifonòfor , obras de arte que en un país normal tendrían un recorrido y un proceso de explotación extenso y fructífero, mientras que aquí se han representado menos veces de las que se merecerían y, por lo tanto, las ha disfrutado menos público. Señores programadores, tienen trabajo. La última creación de Giron se titula Fang y se trata de un espectáculo en el que encontramos inevitables reminiscencias del Paso doble que pusieron en escena, en el año 2013, el bailarín y coreógrafo Josef Nadj y el artista plástico Miquel Barceló. La arcilla, el barro, era entonces, como ahora, el elemento vertebral de la pieza, uno de los protagonistas, un actor más que requiere las atenciones de un artista. La inmensa mole de media tonelada de barro que comparte escenario con Giron y que, como él, se irá transformando a la vista del público tiene sus necesidades: debe humedecerse cada cierto tiempo, hay que tener en cuenta las variaciones de temperatura, las condiciones en que viaja, protegerla del aire para evitar que se reseque; se debe estar atento a todos estos factores para asegurar su ductilidad y maleabilidad, para que en el escenario se comporte tal y como el espectáculo requiere.
Giron bebe de la infancia y el circo burlesque
Fang se inicia como un solo escénico, una lucha del acróbata, el equilibrista y el bailarín contra un cuerpo inmenso y aparentemente rígido situado en el centro de un cuadrado blanco de 5 metros cuadrados, un lienzo para dibujar. Poco a poco la pieza se va convirtiendo en diálogo, y la hostilidad y la rigidez iniciales, caracterizadas por la violencia de los golpes que el barro absorbe, se convierte en complicidad en un proceso de constante transformación mutua. Giron bebe del pasado, de la infancia y del mundo del circo burlesque habitado por numerosas criaturas extrañas, y juega a imaginar mundos posibles, a crear criaturas imaginarias mientras Joan Cot construye el espacio sonoro a base de percusiones sobre una pastilla de barro que también se va transformando. Al principio, dos cuerpos. Al final, tras la lucha, el juego y el humor, ambos se confunden en este circo que no debemos perdernos de 500 kilos de barro.
Dani Chicano
Periodista / Director de la revista Proscenium
Imágenes: Marta García